7 d’octubre del 2007

El nacimiento de la luz IV

EL VIAJE

Y como ya hizo su antecesor pocas horas antes, de repente apareció el amanecer, con mucha fuerza y determinación. La vida empezaba un día más en el lejano Avalón.

Gwen llegó radiante con su nuevo coche estelar, era el primero que tenia, y estaba muy ilusionada para poder enseñárselo a Dirk. Éste quedó alucinado, no era partidario de utilizar esas maquinas para el transporte, pero quedó realmente impresionado. Gwen le abrió la puerta y él entró de un salto. Se acomodó, puso el brazo por encima la puerta y ella arrancó a gran velocidad. Dejando la ondulante cabellera de Dirk a los azotes del viento. Agradable sensación, pensó él, pasando su mano para arreglarse el pelo. Mientras su Jenny sonreía tímidamente por debajo de la nariz, sonreía de aquella situación. Ella arrancó y se dispuso a ir hacía el destino marcado, el desierto de Stayaan.

Fue un agradable paseo. Y pronto estarían en el lugar deseado. El rojizo desierto perdía intensidad con la subida de los soles, así que casi desaparecía su color rojo. Llegarón al monte Hryad cerca del mediodía, bajaron del transporte y se tomaron el pic-nic a la sombra de unos altos árboles, desnudos de hojas, parecían moribundos pero su robusteza denotaba mucha vida. Con el estomago lleno se levantaron para continuar su excursión, y vieron que se acercaba una leve capa de aire, que cogía color y densidad a medida que avanzaba hacia ellos.

De pronto se formó una espesa capa de arena, salida de la nada, en un abrir y cerrar de ojos, se encontraban en una tempestad de viento y arena de grandes dimensiones. Lo que se había planificado como una excursión, se había convertido en una peligrosa aventura. Fue entonces cuando los ojos de Gwen brillaron como más adelante volverán a hacerlo, al más puro estilo del temible Garse Janaceck, todo un Jadehierro, digno de ser un honorable teyn, mostrando determinación y poder, una mirada que Dirk no descubrirá hasta que sea demasiado tarde. El joven t'Larien estaba un poco asustado, aquello le superaba, nunca había servido para solventar satisfactoriamente los contratiempos inesperados y menos uno de esas dimensiones.

Él buscaba a su Jenny desesperado, entre un montón de arena volante, y completamente desorientado, de repente salió la chica aventurera, con paso firme, llevando consigo el extremo de una cuerda. El otro extremo estaba atado al transporte espacial. Ahí fue donde Dirk se dio cuenta que no podía estar más enamorado de su Ginebra, aunque el no estuviera a la altura de un Lancelot. Un sentimiento al que ahora no le daba la mínima importancia, pero ya se encargará el paso del tiempo de recordarselo.

La tormenta pasó en media hora y la señorita Delvano saltó del transporte donde se habían refugiado, y desató la cuerda que los mantenía juntos a ella, Dirk y la nave. Sentía orgullo, un ardor interior que jamás había sentido. Una sensación que no volvería a sentir hasta ser un betheyni por unión de Jade-y-plata.

Una vez acabaron de recoger todo el material que se les había desperdigado, subieron al coche y emprendieron de nuevo la marcha hacía los matorrales de la entrada del bosque que guarnecía los pies del hermoso monte.

Parecía mentira que pudiera haber esa calma después de la gran tempestad, en tiempo en ese lugar oscilaba de manera muy brusca. Aprovecharon ese descanso para hacer un buen tirón de kilómetros. Por fin llegaron a los pies de la rocosa Hryad, a partir de allí ya no les serviría el coche espacial.

Prepararon sus mochilas, cogieron las linternas por si se les hacía de noche, y empezaron a subir las rocas, por suerte, no hacía falta escalar, simplemente tenían que buscar pasos de rocas anchas. En una de esas rocas, Dirk resbaló y estuvo apunto de caer monte abajo. La situación lejos de ser peligrosa, provocó un descanso obligado a cusa de la risa incontrolable de Gwen, él un poco avergonzado e incomodo, ya no sabía como ponerse ni donde esconderse. Pero la escandalosa y contagiosa risa de su Jenny hizo que terminaran los dos por los suelos riéndose sin para un buen rato.

El chillido de un grupo de aves que les paso volando por encima terminó con las carcajadas, y aprovechando ese momento se pusieron de nuevo en camino. Subieron poco más y el terreno ya se volvió llano. Un descanso pensó el cansado t’Larien. Cuando de repente la jovencita Delvano gritó - Mira Dirk !!! - Él levantó la cabeza y divisó a lo lejos una estructura de piedra no muy bien definida, que proyectaba grandes sombras. Los dos sonrieron y avanzaron callados apresurando un poco la marcha.

Al cabo de una media hora larga, llegaron a la puerta de los deseos, a partir de ese monumento, según contó Dirk haber leído en los libros de la biblioteca, se encontraba el paraíso de las cristalinas. Así que con curiosidad y temor empezaron a andar en esa dirección.

Continuarà...